Sobre el peregrinaje y la fuerza que tiene el cordón umbilical
La línea que como un dibujo une un bebé con su mamá, está hecha de carne, la vitalidad es compartida por ahí, junto con el ánimo. Es tejido vivo, es habitado por la madre y por su hijo, las imágenes que nos habitaron, jamás nos abandonan, pensamos y sentimos con las mismas. Cuando se nace, se debe cortar esta unión, el lugar que fue casa se transforma, y el ánimo se transmite por aire. Esta línea no se desdibuja por completo, se tensiona lo necesario y se recoge de nuevo.
Mamá, como todas las mamás se fue. Se alejó de la construcción que habíamos realizado juntas. Se hizo nómada o migrante, yo preferiría que fuese nómada; porque ser nómada implicaría que allá encontró un lugar también y luego, cuando se volvió a mover también halló otro. En cambio, si mamá fuera migrante; su corazón, su mente, su ausencia siempre estarían aquí, y el cordón umbilical que nos unió la halaría con fuerza y nostalgia a donde me vio nacer y ella nació.
Tres mil trescientos setenta y siete coma trece kilómetros, alguien con devoción anda por tierras extrañas, con intención de encontrar a través del caminar resolver algo. Como un peregrino.
“El camino que separa el lugar de partida de la meta, también es un intervalo, posee una semántica rica, como el propio lugar. La peregrinación, por ejemplo, no es un espacio intermedio vacío que habría que recorrer lo más rápido posible. Es, más bien, constitutiva de la meta a la que se llega. Estar en camino adquiere una gran importancia. El caminar apunta a la penitencia, la sanación o el agradecimiento. Es una plegaria. El peregrinaje no es un mero andar, sino una transición hacia un lugar. El peregrino se dirige, temporalmente, al futuro, en el que espera una curación.” (chul-han 2015)
Nos hacemos sombras en los territorios ajenos, nos desdibujamos, nos hacemos espectros. Era necesaria; la oportunidad de nacer de nuevo: de imaginar nuevos territorios, desear la imágen de un objeto que queda impresa en una fantasía.